Dignidad y mentira I

En los 70's, el lic. Begonio vivía en un edificio de departamentos construido para la familia revolucionaria junto con decenas de maestros normalistas, secretarias, choferes, mapaches electorales, etcétera. Quienes prestaban un servicio a la Revolución eran favorecidos con un departamento de este edificio. El "multifamiliar" le decían. Frente a este multifamiliar, se extendía hacia el sur todavía el mundo rural. A un par de kilómetros vivía una familia de campesinos: don Juan y doña Juana con sus 6 hijos.

En su vivienda de adobe, esta familia intentaba reproducir un sistema de vida campesino: don Juan salía a cuidar su milpa, su mujer le hacía tortillas, etcétera. En el solar, corrían los niños, los pollos, las gallinas, un chivato y un cochinito. Los animales "de granja" generalmente sirven como "bancos" para las familias campesinas. Por ejemplo, día tras día, al cochinito se le da un "abono" que éste guarda en la caja fuerte de sus lonjas. Doña Juana alimentaba al cochinito con tortillas duras remojadas en el caldo de frijol que sobraba; también lo alimentaba con una materia orgánica que llaman "desperdicio" (sobras de alimentos humanos) y, de vez en cuando, con un puño de maíz. Los cochinos como albaceas tienen el defecto que, alcanzado cierto límite, dejan de crecer. Por esa razón, los campesinos mantienen a sus cochinitos, cuando mucho, un poco más de un año: los venden para enfrentar una contingencia o los matan para rellenar los tamales de una fiesta.

En la madrugada del 23 de diciembre de 197... cayó un heladón. La vivienda de los juanes, ubicada entre "el monte", ante el cielo inmenso, tan frágil como un barquito de papel en altamar, temblaba de frío; el chivato lloraba lastimeramente, los pollitos estaban acurrucados bajo las alas de las gallinas y la familia de los juanes dormía bajo espesas capas de cobijas, junto a un montón de cenizas calientes. Mientras los juanes roncaban, el cochinito desapareció. En la mañana, don Juan revisó el suelo y notó las huellas de los ladrones; dicen, que si uno carga a los cochinitos por las patas traseras, éstos no pueden gruñir; seguro eso mismo hicieron los ladrones porque nadie escuchó al cochinito pedir auxilio. Don Juan siguió las huellas, observó las plantas, percibió los designios del aire, revisó minuciosamente el entorno percatándose de sus ligeras variaciones, buscando pequeños elementos extraños: ramas rotas, el alboroto de las hormigas, el olor que desprenden ciertas hierbas cuando son pisadas, y así no sólo supo que los ladrones provenían del multifamiliar, sino que el ladrón había sido el mismo licenciado Begonio. A las 8 de la mañana, don Juan buscaba a mi papá para que le ayudara a denunciar al ladrón. Lo primero que hicieron fue buscar al licenciado Begonio en su departamento: el número 18 del edificio 23C; ahí surgió una conversación que, más o menos, así me imagino:

- Licenciado Begonio, pues me apena mucho, pero venimos a molestarlo porque don Juan dice que usted le robó un cochinito; y si lo hizo, pues se lo tiene que pagar a don Juan.

- (Cerrando la puerta tras de sí) No, yo no… ¡cómo cree que yo…! ¡Si yo sería incapaz…! ¡No'mbre, yo ni como carne de cochino! (Mientras tanto de la cocina escapan los perfumes del delito).

- ¿Y qué está cocinando su mujer?

- Eh, pues… frijolitos... (Del departamento sale una imprudente voz femenina: ¡Begonio, dale una vuelta al lechón porque se va a quemaaar!)

El lic. Begonio no pudo sostener su mentira y tuvo que reconocer su falta, pero de modo mezquino.

- Es que, usted sabe, la cena de navidad y los invitados… mire don Juan, qué le parece si le pago $20.00 pesos por la molestia de venir hasta acá. (dicen, que en aquel tiempo el dinero valía).

El licenciado Begonio le dio a mi papá los $20.00 pesos y ya de regreso, se los daba a don Juan.

- Tome don Juan, el dinero de su cochinito.

- Pero don Juan le contestó:

- No, licenciado si yo no quería el dinero, yo lo único que quería era "arreglar".

- Mi papá, después de mucho discutir, convenció a don Juan en aceptar el dinero. Sin embargo, creo que nunca comprendió la importancia de "arreglarse".

Don Juan, era tan pobre, que ser dueño de algo que desearan los demás le resultaba honroso. Podrá parecer extraño, pero el robo del cochinito le ofreció a don Juan una dignidad que, quizá, no había sentido en toda su vida. Por esa razón, el robo no era directamente el problema, sino que el Lic. Begonio careciera de la capacidad honrada de reconocer lo evidente: envidiaba el cochinito de don Juan y por eso lo robó; "arreglarse" consistía tan sólo en reconocerlo. Nada más.

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